La fuerza de la imaginación

Hay quienes dicen que uno ordena su vida e incluso la comprende cuando se la relata a sí mismo, a sus familiares, a un amigo, al psicoanalista, pero sobre todo a un posible lector. Luego de años de experiencias, aprendizajes y peripecias, el acervo acumulado llega a ser de tales dimensiones que, por un lado, no resulta sencillo abarcarlo en un relato, y, por el otro, como le ocurrió a Gabriel García Márquez con Vivir para contarla, su libro de memorias, de pronto resulta claro que de todos modos es imprescindible hacerlo, porque uno vive también para contar lo que ha vivido. Eso es lo que me ha sucedido un día desperté y, sin saber exactamente por qué, sentí la urgencia de plasmar por escrito al menos una parte de mis recuerdos y de mis afectos. Quería, por ejemplo, contar lo que sentí aquella mañana soleada en que vi a una hermosa joven de falda rosa que se convertiría en mi mujer describir las circunstancias que me llevaron a vivir en El Salvador y cómo, en la emotiva vuelta a la patria, confirmé que nuestra frontera con aquel país es como una herida que nos hemos infligido a nosotros mismos y sigue abierta hasta hoy.